viernes, 19 de octubre de 2012

DISCURSO DE INAUGURACIÓN DEL CVII


Merece la pena su lectura y contrastarlo con la criba del tiempo. Al final un esclarecedor comentario. Recomendadísimo.

Editó: Lic. Gabriel Pautasso

GAUDET MATER ECCLESIA

JUAN XXIII


Discurso durante la inauguración del Concilio Vaticano II

11 de octubre de 1962

 EN LA SOLEMNE APERTURA DEL CONCILIO

Gócese hoy la Santa Madre Iglesia porque, gracias a un regalo singular de la Providencia Divina, ha alboreado ya el día tan deseado en que el Concilio Ecuménico Vaticano II se inaugura solemnemente aquí, junto al sepulcro de San Pedro, bajo la protección de la Virgen Santísima cuya Maternidad Divina se celebra litúrgicamente en este mismo día.

Los Concilios Ecuménicos en la Iglesia

2. La sucesión de los diversos Concilios hasta ahora celebrados -tanto los veinte Concilios Ecuménicos como los innumerables Concilios provinciales y regionales, también importantes- proclaman claramente la vitalidad de la Iglesia católica y se destacan como hitos luminosos a lo largo de su historia.
El gesto del más reciente y humilde sucesor de San Pedro, que os habla, al convocar esta solemnísima asamblea, se ha propuesto afirmar, una vez más, la continuidad del Magisterio Eclesiástico, para presentarlo en forma excepcional a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias y las circunstancias de la edad contemporánea.
Muy natural es que, al iniciarse el universal Concilio, Nos sea grato mirar a lo pasado, como para recoger sus voces, cuyo eco alentador queremos escuchar de nuevo, unido al recuerdo y méritos de Nuestros Predecesores más antiguos o más recientes, los Romanos Pontífices: voces solemnes y venerables, a través del Oriente y del Occidente, desde el siglo IV al Medievo y de aquí hasta la época moderna, las cuales han transmitido el testimonio de aquellos Concilios; voces que proclaman con perenne fervor el triunfo de la institución, divina y humana: la Iglesia de Cristo, que de Él toma nombre, gracia y poder.
Junto a los motivos de gozo espiritual, es cierto, sin embargo, que por encima de esta historia se extiende también, durante más de diecinueve siglos, una nube de tristeza y de pruebas. No sin razón el anciano Simeón dijo a María, la Madre de Jesús, aquella profecía que ha sido y sigue siendo verdadera: “Este [niño] será puesto para ruina y para resurrección de muchos en Israel y como señal de contradicción”[i]. Y el mismo Jesús, ya adulto, fijó muy claramente las distintas actitudes del mundo frente a su persona, a lo largo de los siglos, en aquellas misteriosas palabras: “Quien a vosotros escucha a mí me escucha”[ii]; y con aquellas otras, citadas por el mismo Evangelista: “Quien no está conmigo, está contra mí; quien no recoge conmigo, desparrama”[iii].
El gran problema planteado al mundo, desde hace casi dos mil años, subsiste inmutable. Cristo, radiante siempre en el centro de la historia y de la vida; los hombres, o están con El y con su Iglesia, y en tal caso gozan de la luz, de la bondad, del orden y de la paz, o bien están sin El o contra El, y deliberadamente contra su Iglesia: se tornan motivos de confusión, causando asperezas en las relaciones humanas, y persistentes peligros de guerras fratricidas.
Los concilios Ecuménicos, siempre que se reúnen, son celebración solemne de la unión de Cristo y de su Iglesia y por ende conducen a una universal irradiación de la verdad, a la recta dirección de la vida individual, familiar y social, al robustecimiento de las energías espirituales, en incesante elevación sobre los bienes verdaderos y eternos.
Ante nosotros están, en el sucederse de las diversas épocas de los primeros veinte siglos de la historia cristiana, los testimonios de este Magisterio extraordinario de la Iglesia, recogidos en numerosos e imponentes volúmenes, patrimonio sagrado en los archivos eclesiásticos aquí en Roma, pero también en las más célebres bibliotecas del mundo entero.

Origen y causa del Concilio Ecuménico Vaticano II

3. Cuanto a la iniciativa del gran acontecimiento que hoy nos congrega aquí, baste, a simple título de orientación histórica, reafirmar una vez más nuestro humilde pero personal testimonio de aquel primer momento en que, de improviso, brotó en nuestro corazón y en nuestros labios la simple palabra ”Concilio Ecuménico”. Palabra pronunciada ante el Sacro Colegio de los Cardenales en aquel faustísimo día 25 de enero de 1959, fiesta de la conversión de San Pablo, en su basílica de Roma. Fue un toque inesperado, un rayo de luz de lo alto, una gran dulzura en los ojos y en el corazón; pero, al mismo tiempo, un fervor, un gran fervor que se despertó repentinamente por todo el mundo, en espera de la celebración del Concilio.
Tres años de laboriosa preparación, consagrados al examen más amplio y profundo de las modernas condiciones de fe y de práctica religiosa, de vitalidad cristiana y católica especialmente, Nos han aparecido como una primera señal y un primer don de gracias celestiales.
Iluminada la Iglesia por la luz de este Concilio -tal es Nuestra firme esperanza- crecerá en espirituales riquezas y, al sacar de ellas fuerza para nuevas energías, mirará intrépida a lo futuro. En efecto; con oportunas “actualizaciones” y con un prudente ordenamiento de mutua colaboración, la Iglesia hará que los hombres, las familias, los pueblos vuelvan realmente su espíritu hacia las cosas celestiales.
Así es como el Concilio se convierte en motivo de singular obligación de gran gratitud al Supremo Dador de todo bien, celebrando con jubiloso cántico la gloria de Cristo Señor, Rey glorioso e inmortal de los siglos y de los pueblos.

Oportunidad de la celebración del Concilio

4. Hay, además, otro argumento, Venerables Hermanos, que conviene confiar a vuestra consideración. Para aumentar, pues, más aún Nuestro santo gozo, queremos proponer -ante esta gran asamblea- el consolador examen de las felices circunstancias en que comienza el Concilio Ecuménico.
En el cotidiano ejercicio de Nuestro pastoral ministerio, de cuando en cuando llegan a Nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de la justa libertad de la Iglesia.
Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente.
En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia.
Fácil es descubrir esta realidad, cuando se considera atentamente el mundo moderno, tan ocupado en la política y en las disputas de orden económico que ya no encuentra tiempo para atender a las cuestiones del orden espiritual, de las que se ocupa el magisterio de la Santa Iglesia. Modo semejante de obrar no va bien, y con razón ha de ser desaprobado; mas no se puede negar que estas nuevas condiciones de la vida moderna tienen siquiera la ventaja de haber hecho desaparecer todos aquellos innumerables obstáculos, con que en otros tiempos los hijos del mundo impedían la libre acción de la Iglesia. En efecto; basta recorrer, aun fugazmente, la historia eclesiástica, para comprobar claramente cómo aun los mismos Concilios Ecuménicos, cuyas gestas están consignadas con áureos caracteres en los fastos de la Iglesia Católica, frecuentemente se celebraron entre gravísimas dificultades y amarguras, por la indebida injerencia de los poderes civiles. Verdad es que a veces los Príncipes seculares se proponían proteger sinceramente a la Iglesia; pero, con mayor frecuencia, ello sucedía no sin daño y peligro espiritual, porque se dejaban llevar por cálculos de su actuación política, interesada y peligrosa.
A este propósito, os confesamos el muy vivo dolor que experimentamos por la ausencia, aquí y en este momento, de tantos Pastores de almas para Nos queridísimos, porque sufren prisión por su fidelidad a Cristo o se hallan impedidos por otros obstáculos, y cuyo recuerdo Nos mueve a elevar por ellos ardientes plegarias a Dios.
Pero no sin una gran esperanza y un gran consuelo vemos hoy cómo la Iglesia, libre finalmente de tantas trabas de orden profano, tan frecuentes en otros tiempos, puede, desde esta Basílica Vaticana, como desde un segundo Cenáculo Apostólico, hacer sentir a través de vosotros su voz, llena de majestad y de grandeza.

Objetivo principal del Concilio: defensa y revalorización de la verdad

5. El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz. Doctrina, que comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; y que, a nosotros, peregrinos sobre esta tierra, nos manda dirigirnos hacia la patria celestial. Esto demuestra cómo ha de ordenarse nuestra vida mortal de suerte que cumplamos nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo, y así consigamos el fin establecido por Dios.
Significa esto que todos los hombres, considerados tanto individual como socialmente, tienen el deber de tender sin tregua, durante toda su vida, a la consecución de los bienes celestiales; y el de usar, llevados por ese fin, todos los bienes terrenales, sin que su empleo sirva de perjuicio a la felicidad eterna.
Ha dicho el Señor: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia”[iv]. Palabra ésta “primero” que expresa en qué dirección han de moverse nuestros pensamientos y nuestras fuerzas; mas sin olvidar las otras palabras del precepto del Señor: “… y todo lo demás se os dará por añadidura”[v]. En realidad, siempre ha habido en la Iglesia, y hay todavía, quienes, caminando con todas sus energías hacia la perfección evangélica, no se olvidan de rendir una gran utilidad a la sociedad. Así es como por sus nobles ejemplos de vida constantemente practicados, y por sus iniciativas de caridad, recibe vigor e incremento cuánto hay de más alto y noble en la humana sociedad.
Mas para que tal doctrina alcance a las múltiples estructuras de la actividad humana, que atañen a los individuos, a las familias y a la vida social, ante todo es necesario que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres; pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico.
Por esta razón la Iglesia no ha asistido indiferente al admirable progreso de los descubrimientos del ingenio humano, y nunca ha dejado de significar su justa estimación: mas, aun siguiendo estos desarrollos, no deja de amonestar a los hombres para que, por encima de las cosas sensibles, vuelvan sus ojos a Dios, fuente de toda sabiduría y de toda belleza; y les recuerda que, así como se les dijo “poblad la tierra y dominadla”[vi], nunca olviden que a ellos mismos les fue dado el gravísimo precepto: “Adorarás al Señor tu Dios y a El sólo servirás”[vii], no sea que suceda que la fascinadora atracción de las cosas visibles impida el verdadero progreso.

Modalidad actual en la difusión de la doctrina sagrada

6. Después de esto, ya está claro lo que se espera del Concilio, en todo cuanto a la doctrina se refiere. Es decir, el Concilio Ecuménico XXI -que se beneficiará de la eficaz e importante suma de experiencias jurídicas, litúrgicas, apostólicas y administrativas- quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones, la doctrina que durante veinte siglos, a pesar de dificultades y de luchas, se ha convertido en patrimonio común de los hombres; patrimonio que, si no ha sido recibido de buen grado por todos, constituye una riqueza abierta a todos los hombres de buena voluntad.
Deber nuestro no es sólo estudiar ese precioso tesoro, como si únicamente nos preocupara su antigüedad, sino dedicarnos también, con diligencia y sin temor, a la labor que exige nuestro tiempo, prosiguiendo el camino que desde hace veinte siglos recorre la Iglesia.
La tarea principal ["punctum saliens"] de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina fundamental de la Iglesia, repitiendo difusamente la enseñanza de los Padres y Teólogos antiguos y modernos, que os es muy bien conocida y con la que estáis tan familiarizados.
Para eso no era necesario un Concilio. Sin embargo, de la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, tal como resplandecen principalmente en las actas conciliares de Trento y del Vaticano I, el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera que se de un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del "depositum fidei”, y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta -con paciencia, si necesario fuese- ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.
Al iniciarse el Concilio Ecuménico Vaticano II, es evidente como nunca que la verdad del Señor permanece para siempre. Vemos, en efecto, al pasar de un tiempo a otro, cómo las opiniones de los hombres se suceden excluyéndose mutuamente y cómo los errores, luego de nacer, se desvanecen como la niebla ante el sol.

Cómo reprimir los errores

7. Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas. No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, la excesiva confianza en los progresos de la técnica, el bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida. Cada día se convencen más de que la dignidad de la persona humana, así como su perfección y las consiguientes obligaciones, es asunto de suma importancia. Lo que mayor importancia tiene es la experiencia, que les ha enseñado cómo la violencia causada a otros, el poder de las armas y el predominio político de nada sirven para una feliz solución de los graves problemas que les afligen.
En tal estado de cosas, la Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella. Así como Pedro un día, al pobre que le pedía limosna, dice ahora ella al género humano oprimido por tantas dificultades: “No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo. En nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda”[viii]. La Iglesia, pues, no ofrece riquezas caducas a los hombres de hoy, ni les promete una felicidad sólo terrenal; los hace participantes de la gracia divina que, elevando a los hombres a la dignidad de hijos de Dios, se convierte en poderosísima tutela y ayuda para una vida más humana; abre la fuente de su doctrina vivificadora que permite a los hombres, iluminados por la luz de Cristo, comprender bien lo que son realmente, su excelsa dignidad, su fin. Además de que ella, valiéndose de sus hijos, extiende por doquier la amplitud de la caridad cristiana, que más que ninguna otra cosa contribuye a arrancar los gérmenes de la discordia y, con mayor eficacia que otro medio alguno, fomenta la concordia, la justa paz y la unión fraternal de todos.

 Debe promoverse la unidad de la familia cristiana y humana

8. La solicitud de la Iglesia en promover y defender la verdad se deriva del hecho de que -según el designio de Dios “que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”[ix]- no pueden los hombres, sin la ayuda de toda la doctrina revelada, conseguir una completa y firme unidad de ánimos, a la que van unidas la verdadera paz y la eterna salvación.
Desgraciadamente, la familia humana todavía no ha conseguido, en su plenitud, esta visible unidad en la verdad.
La Iglesia católica estima, por lo tanto, como un deber suyo el trabajar con toda actividad para que se realice el gran misterio de aquella unidad que con ardiente plegaria invocó Jesús al Padre celestial, estando inminente su sacrificio. Goza ella de suave paz, pues tiene conciencia de su unión íntima con dicha plegaria; y se alegra luego grandemente cuando ve que tal invocación aumenta su eficacia con saludables frutos, hasta entre quienes se hallan fuera de su seno. Y aún más; si se considera esta misma unidad, impetrada por Cristo para su Iglesia, parece como refulgir con un triple rayo de luz benéfica y celestial: la unidad de los católicos entre sí, que ha de conservarse ejemplarmente firmísima; la unidad de oraciones y ardientes deseos, con que los cristianos separados de esta Sede Apostólica aspiran a estar unidos con nosotros; y, finalmente, la unidad en la estima y respeto hacia la Iglesia católica por parte de quienes siguen religiones todavía no cristianas. En este punto, es motivo de dolor el considerar que la mayor parte del género humano -a pesar de que los hombres todos han sido redimidos por la Sangre de Cristo- no participan aún de esa fuente de gracias divinas que se hallan en la Iglesia Católica. A este propósito, cuadran bien a la Iglesia, cuya luz todo lo ilumina, cuya fuerza de unidad sobrenatural redunda en beneficio de la humanidad entera, aquellas palabras de San Cipriano: “La Iglesia, envuelta en luz divina, extiende sus rayos sobre el mundo entero; pero [ella] es la única luz que se difunde doquier sin que haya separación en la unidad del cuerpo. Extiende sus ramas por toda la tierra, para fecundarla, a la vez que multiplica, con mayor largueza, sus arroyos; pero siempre es única la cabeza, único el origen, ella es madre única copiosamente fecunda: de ella hemos nacido todos, nos hemos nutrido de su leche, vivimos de su espíritu”[x].
Venerables Hermanos:
Esto se propone el Concilio Ecuménico Vaticano II, el cual, mientras reúne juntamente las mejores energías de la Iglesia y se esfuerza por que los hombres acojan cada vez más favorablemente el anuncio de la salvación, prepara en cierto modo y consolida el camino hacia aquella unidad del género humano, que constituye el fundamento necesario para que la Ciudad terrenal se organice a semejanza de la celestial “en la que reina la verdad, es ley la caridad y la extensión es la eternidad” según San Agustín[xi].

Conclusión

9. Mas ahora “nuestra voz se dirige a vosotros”[xii], Venerables Hermanos en el Episcopado. Henos ya reunidos aquí, en esta Basílica Vaticana, centro de la historia de la Iglesia; donde Cielo y tierra se unen estrechamente, aquí, junto al sepulcro de Pedro, junto a tantas tumbas de Santos Predecesores Nuestros, cuyas cenizas, en esta solemne hora, parecen estremecerse con arcana alegría.
El Concilio que comienza aparece en la Iglesia como un día prometedor de luz resplandeciente. Apenas si es la aurora; pero ya el primer anuncio del día que surge ¡con cuánta suavidad llena nuestro corazón! Todo aquí respira santidad, todo suscita júbilo. Pues contemplamos las estrellas, que con su claridad aumentan la majestad de este templo; estrellas que, según el testimonio del apóstol San Juan[xiii], sois vosotros mismos; y con vosotros vemos resplandecer en torno al sepulcro del Príncipe de los Apóstoles[xiv] los áureos candelabros de las Iglesias que os están confiadas.
Al mismo tiempo vemos las dignísimas personalidades, aquí presentes, en actitud de gran respeto y de cordial expectación, llegadas a Roma desde los cinco continentes, representando a las Naciones del mundo.
Cielo y tierra, puede decirse, se unen en la celebración del Concilio: los Santos del Cielo, para proteger nuestro trabajo; los fieles de la tierra, continuando en su oración al Señor; y vosotros, secundando las inspiraciones del Espíritu Santo, para lograr que el común trabajo corresponda a las actuales aspiraciones y necesidades de los diversos pueblos. Todo esto pide de vosotros serenidad de ánimo, concordia fraternal, moderación en los proyectos, dignidad en las discusiones y prudencia en las deliberaciones.
Quiera el Cielo que todos vuestros esfuerzos y vuestros trabajos, en los que están centrados no sólo los ojos de todos los pueblos, sino también las esperanzas del mundo entero, satisfagan abundantemente las comunes esperanzas.
¡Oh Dios Omnipotente! En Ti ponemos toda vuestra confianza, desconfiando de nuestras fuerzas. Mira benigno a estos Pastores de tu Iglesia. Que la luz de tu gracia celestial nos ayude, así al tomar las decisiones como al formular las leyes; y escucha clemente las oraciones que te elevamos con unanimidad de fe, de palabra y de espíritu.
¡Oh María, “Auxilium Christianorum”, “Auxilium Episcoporum”; de cuyo amor recientemente hemos tenido peculiar prueba en tu templo de Loreto, donde quisimos venerar el misterio de la Encarnación! Dispón todas las cosas hacia un éxito feliz y próspero y, junto con tu esposo San José, con los santos Apóstoles Pedro y Pablo, con los santos Juan, el Bautista y el Evangelista, intercede por todos nosotros ante Dios.
A Jesucristo, nuestro adorable Redentor, Rey inmortal de los pueblos y de los siglos, sea el amor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

JUAN XXIII

[i] Lc. 2, 34.
[ii] Ibid. 10, 16.
[iii] Ibid. 11, 23.
[iv] Mt. 6, 33.
[v] Ibid.
[vi] Gen. 1, 28.
[vii] Mt. 4, 10; Lc. 4, 8.
[viii] Act. 3, 6.
[ix] 1 Tim. 2, 4.
[x] De catholicae Ecclesiae unitate, 5.
[xi] S. Aug., Ep. 138, 3.
[xii] 2 Cor. 6, 11.
[xiii] Apoc. 1, 20.
[xiv] Ibid.

"Aquí tenemos la fuente primaria en la que debemos buscar el verdadero espíritu que iba a informar toda la magna asamblea, de modo que nadie pudiera decir que lo habían engañado, y que no estaba dado el tono desde el mismo día de su inauguración.
Consta que el texto fue redactado enteramente por el mismo Juan XXIII, en italiano, siendo posteriormente traducido al latín por el P. Guglielmo Zannoni, perito del concilio.

Resultó ser un resumen más concreto de los discursos que el mismo Roncalli había dedicado a las distintas fases preparatorias, y que ya desarrollaban lo que sería conocido más tarde como “el espíritu del Concilio”. En ellos, el convocador proponía la actitud con la que deberían trabajar los Padres conciliares, así como el objetivo clave de la reunión: Presentar el depósito de la doctrina católica de modo que fuera accesible y significativa para la mentalidad moderna.

El secretario del Papa, Loris Capovilla, afirma que éste se había inspirado en san Gregorio Magno, la Bula de convocación del Concilio de Trento, la alocución inicial del Vaticano I, así como en un autor poco esperable, el P. Rosmini, cuyas obras habían sido incluidas en el Índice de libros prohibidos.

1 y 2 Como es habitual en él, suele empezar por una solemne captatio benevolentiae dirigida a las mentes y los corazones de la mayoría aún conservadora presente en el Concilio, de modo que su vigilancia no fuera despertada desde el primer momento, sino que una vez adormecidos y tranquilizados por palabras tan categóricas, asimilaran sin demasiada resistencia el espíritu contrario sabiamente destilado en los pasajes clave de su discurso.

3 No falta ni siquiera el consabido fervorino, presentando el Concilio como fruto repentino de una súbita iluminación del Espíritu Santo, cuando consta que sabía perfectamente, al menos cuatro años antes de ser elegido, que su principal tarea sería la convocación del Concilio soñado por los grandes iniciados desde hacía más de un siglo con el fin de poner a la Iglesia en consonancia con la mentalidad moderna.

4 Luego sigue con un alarde de optimismo por demás desbordante, puesto que apartando de un revés todas las admoniciones de los mejores, e incluso de la misma Santísima Virgen, cuyo secreto de Fátima había podido leer dos años antes, pronuncia categóricamente una de las pocas condenas de este atípico Concilio, dirigiéndola no hacia los numerosísimos enemigos alojados en el propio seno de la Iglesia, sino hacia sus denunciadores, a los que llama profetas de calamidades, ignorantes reaccionarios que no han entendido nada de la historia ni de su propio tiempo.
Más aún, tiene la suprema impudencia de atribuir a la Providencia el haber propiciado las luciferianas condiciones que hacían posible vislumbrar la instauración del Nuevo Orden Mundial que hoy nos amenaza con la ruina universal. Pretende convencernos de que las sucesivas revoluciones que han despojado a la Iglesia de toda influencia y protección de los poderes temporales ha sido una bendición, porque la habría hecho mucho más libre, cuando lo cierto es que tanto el sano sentido común como la voz de los Papas de estos dos últimos siglos siempre han condenado esa afirmación, afirmando como san Pío X que les parecía estar viviendo los prolegómenos de los tiempos del Anticristo.
La terrible situación de las cristiandades bajo la bota comunista no parecen sino un daño colateral insignificante y pasajero, frente a la perfecta libertad y serenidad aportadas a la Iglesia por ese mismo mundo moderno al que se van a dirigir.

5 y 6 Aquí, vuelta a la misma estrategia que hemos visto antes: Primero se recuerda la doctrina tradicional, para mejor traicionarla más tarde: Doctrina perenne sí, PERO…
Supone conocida y asimilada la doctrina tradicional, cuando las mismas respuestas de obispos y teólogos en los cuestionarios previos a la asamblea evidencian lo lejos que estaban los pastores y doctores del rebaño de esa idílica situación.
Ahora viene el pasaje central y principal de toda la alocución:
Para eso no era necesario un Concilio. Sin embargo, de la adhesión renovada, serena y tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión, tal como resplandecen principalmente en las actas conciliares de Trento y del Vaticano I, el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera que se de un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del “depositum fidei”, y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta -con paciencia, si necesario fuese- ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.
Sólo la discusión de esa frase y de todo lo que ella implica ya hubiera necesitado de una cuidadosísima reflexión filosófica y teológica, previa a la convocatoria de cualquier asamblea conciliar, incluso en las mejores condiciones para su desarrollo.
Porque ello significa nada más y nada menos que introducir en el Sancta Sanctorum de la racionalidad humana iluminada por la sobrenaturaleza de la Fe un principio subversivo radicalmente contrario, elaborado precisamente con el fin de actuar a modo de caballo de Troya, de verdadero virus informático, que bajo excusa de mejor comprensión y exposición de la doctrina perenne, la va a cambiar radical y sustancialmente. Así como la luz no toma prestadas las galas de la oscuridad para manifestarse a los ojos de los ciegos, sobre todo si son voluntarios, tampoco podía la doctrina católica renunciar a la estructura profunda y al revestimiento lingüístico divinamente proporcionado por la Iglesia a través de los siglos, para ponerse a pensar con los instrumentos lógicos, filosóficos y teológicos elaborados en los mismos infiernos, propalados por la anti-Iglesia desarrollada en los últimos siglos, con el fin de sustituir su disco duro por otro pirateado e infectado de virus mortales de necesidad.
Esa es la razón por la que el Syllabus de Pío IX negaba que pudiera existir cualquier posibilidad de reconciliación entre la Iglesia y civilización cristiana, y su luciferiana inversión, la civilización moderna, inspirada por la contra-Iglesia, esto es la Masonería o Sinagoga de Satanás.
Que la intención de Juan XXIII, y por ende, el espíritu del Concilio, no era en modo alguno salvaguardar intocada la doctrina perenne, lo evidencia un hecho bien averiguado: Cuando el P. Luigi Ciappi, Maestro del Sacro Palacio, es decir, el teólogo personal del Papa, y responsable de la ortodoxia escrupulosa de todo lo que sale de sus oficinas, revisó el discurso, añadió lo que a él le pareció la cita más propia y lógica:
El texto latino oficial quedaba así:
Est enim aliud ipsum depositum Fidei, seu veritates, quae veneranda doctrina nostra continentur, aliud modus, quo eaedem enuntiantur, eodem tamen sensu eademque sententia5
El eodem sensu eademque sententia de san Vicente de Lérins, es decir, la exigencia de que la doctrina siempre conservara el mismo significado y también siguiera utilizando las mismas expresiones lingüísticas consagradas por la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.
El Papa sabía perfectamente lo que significaba, la suma importancia que tenía en ese preciso contexto, y que por esa razón había sido utilizado por el Concilio Vaticano I, y sin embargo, lo omitió, lo dejó sin leer, y dio orden para que tampoco apareciera en la versión escrita oficial publicada al día siguiente por el Osservatore Romano.
Había engañado a los cardenales Ottaviani y Cigognani, a quiénes había llegado el texto, dándoles todo tipo de seguridades para calmar las ansiedades que les despertaba el texto, pero al día siguiente, los dejó con dos palmos de narices, como pudieron atestiguar los que se sentaban en frente suyo en el aula conciliar.
Y como esto no era suficiente, en un asombroso ejercicio de altatraición, después de haber abierto las puertas de la ciudadela al enemigo, procede ahora a desarmar preventivamente a los defensores, cegándolos y ahogándolos en una espesa nube de opio, dentro de la que ya no hay enemigos que combatir, sino pobres errados a los que hay que rodear con mil atenciones, sustituyendo el masculino rigor de la lógica y del orden inmutable que ésta impone, por el blando y feminoide calor de una afectividad que se ha desbordado de sus cauces, hasta pretender que los mismos hombres se dan cuenta por sí mismos de sus errores, y de que su dignidad humana, al modo masónico, ya no consiente que se usen de los rigores imperados por la mismísima Ley Divina.
Una vez soltadas las cargas de profundidad, sigue el fervorino con lacrimógenas llamadas a la unidad del género humano, precisamente cuando acaba de demoler el fundamento de ésta, y de privarla de las armas de sus pastores, dejándola a merced de los lobos que procuran realizar una unidad del género humano, sí, pero al modo babélico que culminará en el reinado del Anticristo.
Todos esos pasajes finales esconden tan mal el penetrante tufillo masónico que se exhala de todo el documento, que uno se extraña de que los Padres conciliares, sin duda cansados por la larga ceremonia, no se hayan sobresaltado en los párrafos finales, ya que no en los anteriores.
La decadencia del episcopado había avanzado mucho desde que Pío XI y su sucesor trataran de convocar un Concilio, y quedaran aterrados por el bajísimo nivel de “concienciación” exhibido por el episcopado moderno ante los desafíos a los que se enfrentaba la Iglesia.
¿Cómo creer a los proponentes actuales de las muy diversas hermenéuticas de la continuidad,
o de la reforma en la continuidad,
o de la continuidad en la reforma,
o de la continua reforma hermenéutica,
o de la continuidad de la reforma hermeneutizada,
etc…
Cuando el principal responsable de marcar el espíritu del Concilio rechazó claramente el principio eodem sensu, eademque sententia?
Como decía Pascal, “No hay mejor forma de introducir el más inextricable de los desórdenes en un Estado que el pretender que el conjunto de sus leyes debe ser reformulada, aún sin tocar su esencia, para volver a la pureza primitiva, y a la vez responder mejor a las necesidades y los gustos de la época presente.”
Para acabar, remata la captatio benevolentiae comparando a los obispos con las estrellas y los candelabros del Apocalipsis, ¡pero guardándose muy mucho de recordar la caída de un gran número de las primeras, ni las reprensiones a las que se han hecho acreedores los segundos!
(...)
¡Qué bien celó su modernismo bajo el disfraz de su “tridentinismo renovado”, o ya instalado en la silla de Pedro, restaurando particularidades litúrgicas o ceremoniales, la cappa de los cardenales, o el latín eclesiástico, mientras violaba el inamovible numerus clausus del Sacro Colegio, y preparaba la Revolución conciliar! ".


DISCURSO DE AHMADINEJAD EN LA ONU: A LA ESPERA DEL ANTICRISTO


Lo que posteo aquí es una parte de la declaración del Presidente de IRAN.
Miren los términos que utiliza. Fíjense cuáles son sus “esperanzas” expresadas muy claramente. Ellos, esperan.
El texto completo de esta conferencia podran encontrarlo en:

Osko
Intervención de Mahmud Ahmadinejad ante la 67ª Asamblea General de la ONU
5 de octubre de 2012

Señor Presidente, Amigos y Queridos Colegas
Conseguir la paz y la seguridad duraderas con una vida decente para todos puede alcanzarse, aunque sea una misión histórica y grande. El Dios Todopoderoso no nos ha abandonado en esta misión y ha dicho que va a ser realidad. Si no lo fuera, entonces sería contradictorio a su sabiduría.
El Dios Todopoderoso ha prometido un hombre de bienun hombre que ama a los pueblos, que ama la justicia absoluta, un hombre que es un ser humano perfecto y que se llama Imam Al-Mahdi, que vendrá en compañía de Jesucristo (PBUH) y los justos. Al hacer uso del potencial inherente a “todos los hombres dignos y mujeres dignas—repito—el potencial inherente a “todos los hombres dignos y mujeres dignas de todas las naciones” vendrá a guiar la humanidad para hacer realidad los gloriosos y eternos ideales.
La llegada del Ultimo Salvador marcará el comienzo, el renacer y la resurrección. Será el comienzo de la paz, la seguridad duradera y la vida genuina.
Su llegada será el fin de la opresión, la inmoralidad, la pobreza, la discriminación y el comienzo de la justicia, el amor y la empatía. Vendrá y acabará con la ignorancia, la superstición, los prejuicios al abrir las puertas de la ciencia y el conocimiento. Establecerá un mundo de prudencia y preparará el camino a la participación colectiva, activa y constructiva de todos en el manejo del mundo.
Vendrá a darnos la bondad, la esperanza, la libertad y la dignidad a toda la humanidad, como si esta fuera una jovencita.

Vendrá para que el hombre pruebe el placer de ser humano y de estar acompañada por otros humanos.
Vendrá para que se unan las manos, y los corazones se llenen de amor, y las ideas se purifiquen para estar al servicio de la seguridad, el bienestar y la felicidad de todos.

Vendrá para regresar a los hijos de Adán independientemente del color de su piel a su origen innato después de una larga historia de separaciones y divisiones, para llevarlos a su felicidad eterna.

La llegada del Ultimo Salvador, Jesucristo y el Justo traerá un futuro brillante para siempre, no por la fuerza o mediante guerras, sino mediante el despertar y crecimiento de la bondad en cada hombre. La llegada dará el aliento suspiro de una nueva vida al cuerpo frio y congelado del mundo. Bendecirá a la humanidad con su primavera que pondrá fin a nuestro invierno de ignorancia, de pobreza y de guerras con la aparición de una época de florecimiento.
Ahora podemos percibir el perfume dulce y la brisa del alma de esa primavera, una primavera que justo ha comenzado y que no pertenece a una raza, etnia, nación o región en especifico, una primavera que pronto llegará a todos los territorios de Asia, Europa, África, y a los Estados Unidos de América.
El será la primavera de todos los amantes de la justicia, de la libertad y de los seguidores de los profetas celestiales. Será la primavera de la humanidad y de renacer de todas las eras.

Unamos nuestras manos y preparemos el camino para su llegada con empatía y cooperación, en armonía y unidad. Marchemos por este sendero hacia la salvación para que las almas sedientas de la humanidad prueben la gracia y la alegría inmortales.
¡Que viva esta primavera, que viva esta primavera, que viva esta primavera!
Muchas Gracias.
Mahmud Ahmadineyad
Presidente de la República Islámica de Irán

Queda claro que este hombre se encuentra (al menos eso dicen sus palabras) en un aparente paroxismo de expectación. Cualquier parecido que los lectores encuentren entre su descripción del (por el) esperado Al-Mahdi y las conocidas explicaciones que muchos escritores católicos han hecho acerca del anticristo… NO ES MERA COINCIDENCIA.
10 octubre, 2012 | Roberto de Mattei

Por qué el Concilio Vaticano II no condenó el comunismo

Como todos los acontecimientos históricos, también el Concilio Vaticano II ha tenido sus sombras y sus luces.
Dado que en estos días se evocan sobre todo las luces, permítaseme recordar una vasta zona de sombra: la fallida condena del  comunismo. Eran los años ’60 y aleteaba un nuevo espíritu de optimismo encarnado por Juan XXIII, el «Papa bueno», Nikita Kruscev, el comunista de rostro humano, y John Kennedy, el héroe de la «nueva frontera» americana. Pero eran también los años en los que se levantaba el muro de Berlín (1961) y los soviéticos instalaban sus misiles en Cuba (1962). El imperialismo comunista constituía una macroscópica realidad que el Concilio Vaticano II, el primer «concilio pastoral» de la historia, iniciado en Roma el 11 octubre de 1962 y clausurado el 8 de diciembre de 1965, no habría podido ignorar.
En el Concilio hubo un encuentro entre dos minorías: una pedía renovar la condena del comunismo, la otra exigía una línea «dialógica» y abierta a la modernidad, de la que el comunismo parecía expresión. Una petición de condena del comunismo, presentada el 9 de octubre del 65 por 454 Padres conciliares de 86 países, ni siquiera fue transmitida a las Comisiones que estaban trabajando sobre el esquema, provocando con ello el escándalo.
Hoy sabemos que, en agosto del 62, en la ciudad francesa de Metz, se había llegado a un acuerdo secreto entre el cardenal Tisserant, representante del Vaticano, y el nuevo arzobispo ortodoxo de Yaroslav, monseñor Nicodemo, el cual, como se ha documentado tras la apertura de los archivos de Moscú, era un agente de la KGB. Sobre la base de este acuerdo las autoridades eclesiásticas se comprometieron a no hablar del comunismo en el Concilio. Esta fue la condición que pidió el Kremlin para autorizar la participación de observadores del Patriarcado de Moscú en el Concilio Vaticano II. (Véase: Jean Madiran, L’accordo di Metz, Il Borghese, Roma 2011). Un apunte de mano de Pablo VI, conservado en el Archivo Secreto Vaticano, confirma la existencia de este acuerdo, como lo he documentado en  mi libro Il Concilio Vaticano II. Una storia non scritta (Lindau, 2010). Otros documentos interesantes han sido publicados por George Weigel en el segundo volumen de su imponente biografía de Juan Pablo II (L’inizio e la fine, Cantagalli, 2012). De hecho, Weigel ha consultado fuentes como los archivos de la KGB, del Sluzba Bezpieczenstewa (SB) polaco y de la Stasi de Alemania del Este, extrayendo documentos que confirman cómo los gobiernos comunistas y los servicios secretos de los países orientales penetraron en el Vaticano para favorecer sus intereses e infiltrarse en las más altas esferas de la jerarquía católica. En Roma, en los años del Concilio y del postconcilio, el Colegio Húngaro se convirtió en una filial de los servicios secretos de Budapest. Todos los rectores del Colegio, desde 1965 a 1987, escribe Weigel, debían ser agentes adiestrados y capaces, con competencia en las operaciones de desinformación y en la instalación de micrófonos espías. El SB polaco, según el estudioso americano, trató incluso de falsificar la discusión del Concilio sobre puntos peculiares de la teología católica, como el papel de María en la historia de la salvación. El director del IV Departamento, el coronel Stanislaw Morawski, trabajó con una  docena de colaboradores expertos en mariología preparando una pro-memoria para los obispos del Concilio, en la que se criticaba la concepción «maximalista» de la Bienaventurada Virgen María que tenían el cardenal Wyszynski y otros prelados.
La constitución Gaudium et Spes, décimo sexto y último documento promulgado por el Concilio Vaticano II, quiso ser una definición completamente nueva de las relaciones entre la Iglesia y el mundo. En ella, sin embargo, faltaba cualquier forma de condena del  comunismo. La Gaudium et Spes buscaba el diálogo con el mundo moderno, convencida de que el itinerario recorrido por él, desde el humanismo y el protestantismo, hasta la Revolución francesa y el marxismo, fuera un proceso irreversible. El pensamiento marxista-ilustrado y la sociedad de consumo por él alimentada estaban en vísperas de una profunda crisis, que manifestaría los primeros síntomas de allí a pocos años, en la Revolución del 68. Los Padres conciliares podrían haber realizado un gesto profético desafiando la modernidad en vez de abrazar su cuerpo en descomposición, como sucedió.  Pero hoy nos preguntamos: ¿Eran profetas quienes denunciaban la brutal opresión del comunismo en el Concilio, reclamando su solemne condena, o quienes sostenían, como los artífices de la Ostpolitik, que convenía llegar a un compromiso con la Rusia soviética, porque el comunismo interpretaba las ansias de justicia de la humanidad y sobreviviría al menos uno o dos siglos mejorando el mundo?
El Concilio Vaticano II, ha afirmado recientemente el cardenal Walter Brandmüller, presidente emérito del Pontificio Comité para las Ciencias Históricas, «habría escrito una página gloriosa si, siguiendo las huellas de Pío XII, hubiera encontrado el coraje para pronunciar una repetida y expresa condena del comunismo». Sin embargo, esto no sucedió y los historiadores tendrán que anotar como una imperdonable omisión la fallida condena del comunismo de parte de un Concilio que pretendía ocuparse de los problemas del mundo contemporáneo.

Sin precedentes de Benedicto XVI Sínodo Ecuménico

John Vennari

El Sínodo, centrado en la Escritura, se titula "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia", abrió 05 de octubre y durará hasta el 26 de octubre. Es considerado uno de los eventos más importantes del Año Paulino.
Será el primer sínodo celebrado no en el Vaticano, pero en San Pablo Extra Muros. Esto, sin duda, es de destacar la dimensión ecuménica del Sínodo. St. Paul-Extramuros-se ha convertido de hecho en una "basílica ecuménica" por la historia reciente de hitos ecuménicos relacionados con ella. Fue en St. Paul-Extramuros-que el Papa Juan XXIII anunció por primera vez el Concilio Vaticano II en 1959. En esta misma basílica, el Papa Pablo VI, el 4 de diciembre de 1965, celebró una "liturgia de la palabra" servicio para los observadores protestantes que participaron en el Concilio Vaticano II. St.Paul-Extramuros-era el lugar en el que el Papa Juan Pablo II anunció sus planes para el 1986 pan-religioso reunión de oración en Asís, y donde el mismo Papa abrió la Puerta Santa para el año 2000 Año Santo flanqueado por el cismático Patriarca de Constantinopla y el arzobispo anglicano de Canterbury. St. Paul-Extramuros-es también el sitio de cada año de la liturgia de clausura de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, un programa una vez que se ha hecho católico ecuménico desde el Vaticano II, y ahora a cabo en conjunto con el Consejo Mundial de Iglesias. primer Papa Benedicto XVI Motu Proprio , emitida el 31 de mayo de 2005, trata de la estructura canónica de San Pablo-Extramuros. En este documento, el Papa celebró la memoria de St. Paul-Extramuros-como un lugar de acontecimientos ecuménicos y alentó a más de dichas empresas en el futuro. Luego, el 21 de enero de este año, Servicio de Información del Vaticano confirmó que, como parte del Año Paulino, St. Paul-Extramuros-se abrirá una "capilla ecuménica" donde los miembros de las diversas sectas no católicas pueden celebrar sus servicios religiosos. [1] Al anunciar el Año Paulino, el Papa Benedicto XVI dijo el 28 de junio de 2007 que el Año Paulino, que se caracteriza por la "dimensión ecuménica". [2] El Sínodo de octubre demuestra Benedicto fiel a su palabra y su apego feroz al Concilio Vaticano II nuevo programa.
El 18 de octubre, en el marco del Sínodo, el Papa Benedicto XVI y el Patriarca Bartolomé I cismático presidirá las primeras Vísperas. Cada uno dará un discurso sobre el tema de las Escrituras, con una especial referencia al Año Paulino. Será la primera vez que un patriarca cismático se dirigió a los padres sinodales. El arzobispo Nikola Eterovic, secretario general del Sínodo de los Obispos, explicó, que el patriarca "traerá los saludos de" ortodoxo "Las iglesias que el Apóstol de las Naciones fundó antes de ir a Roma, donde sufrió el martirio."El Sínodo también dará la bienvenida a otros miembros de la Iglesia Ortodoxa cismática, así como miembros de diferentes sectas protestantes. News Asia informes ", representantes del Patriarcado Ecuménico de estar presente junto con otros de los patriarcados de Moscú, Serbia y Rumania, de la Iglesia Ortodoxa de Grecia y el armenio Iglesia Apostólica, así como de la Comunión Anglicana, la Federación Luterana Mundial, la Iglesia de los Discípulos de Cristo y el Consejo Mundial de Iglesias ". [3] En otro ecuménico "en primer lugar", un rabino dio una conferencia a los Padres sinodales. El 6 de octubre, el rabino jefe Shear Yashuv Cohen de Haifa, Israel, dirigió a la asamblea sobre cómo el pueblo judío leer e interpretar la Sagrada Escritura - que es una lectura del Antiguo Testamento que no tiene nada que ver con Jesús Cristo. Sin embargo, Asia News celebrado, "Será la primera vez que un rabino y un no cristiano, se ha dirigido a los Padres sinodales".

Otros invitados especiales incluyen Rev. A. Miller Milloy, secretario general de las Sociedades Bíblicas Unidas, y Alois Frère, prior de la Comunidad de Taizé. El Sínodo verdaderamente tendrá una dimensión ecuménica sin precedentes. St. Maximiliano Kolbe condenó con razón ecumenismo como el enemigo de la Santísima Virgen. San Maximiliano dijo: "No hay mayor enemigo de la Inmaculada y la Caballería de ecumenismo de hoy, que cada Caballero no sólo debe luchar en contra, sino también neutralizar a través de acciones diametralmente opuestas y destruir en última instancia". [4] Nuestro Señor dio a sus apóstoles el deber de "Id y haced discípulos a todas las naciones" para que todos los pueblos en la única y verdadera Iglesia que Cristo estableció. El ecumenismo hace lo contrario. Como el eminente teólogo Padre Edward Hanahoe lamentó, el ecumenismo de hoy tiene el efecto de "perpetuar el estado de separación, que sirve más bien para mantener a la gente fuera de la iglesia de ponerlas en ello". [5]Es la enseñanza inmutable de la Iglesia que cualquier "ecuménica" contactos con los miembros de las religiones falsas pueden tener un solo propósito: convertir a los no católicos a la Iglesia Católica, fuera de la cual no hay salvación. Esta fue la clara enseñanza contenida en el año 1949 el Papa Pío XII Instrucción sobre el Movimiento Ecuménico - una enseñanza que conforma al Magisterio perenne de los siglos. Aquí Pío XII dijo: "True reunión sólo puede tener lugar por el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo." Sin embargo, la variada colección de falsas religiones que serán visibles en el próximo Sínodo representa un ecumenismo que el Papa Pío XI condenó como una unidad falsa "bastante ajeno a la única Iglesia de Cristo". [6] El Papa Benedicto dice ser operativo según una " hermenéutica de la continuidad "que insiste Vaticano II no contiene ninguna ruptura con el pasado. Al mismo tiempo, se lanza sin precedentes iniciativas que no tienen continuidad con cualquier cosa en la historia de la Iglesia, y que han sido condenados por todos los Papas anteriores al Concilio Vaticano II. Lamentablemente, esta nueva "hermenéutica de la continuidad" sólo funciona para aquellos que están dispuestos a abandonar el principio de no-contradicción. [7] Como ya he señalado en otra parte, Benedicto XVI "hermenéutica de la continuidad "tiene poco que ver con el restablecimiento de la tradición. Se trata de otro intento fallido de una" nueva síntesis "entre los diversos aspectos de la tradición católica y el liberalismo del Concilio Vaticano II. Su propósito principal, creo yo, no se trata tanto de rescatar la tradición, sino para salvar Vaticano II, el Consejo desastroso sobre el que ha construido su carrera eclesiástica entero. [8]De hecho, la noción entera de la regular "Sínodo de los Obispos" es una aplicación directa de la colegialidad del Vaticano II. Nunca antes en la historia de la Iglesia ha somos testigos de obispos de mundo se reúnen cada dos o tres años en Roma por un mes a la vez para hablar de un tema dado a la muerte. Sínodos antes eran raras ocasiones, pero ahora son una permanente "colegial" estructura de la Iglesia. Lo más importante, el Sínodo se ha establecido con el fin de avanzar en la aplicación del Concilio Vaticano II en todo el mundo a través del tiempo. [9] Vemos que en este último Sínodo de octubre, será testigo de un avance de la revolución conciliar. Ahora rabinos y patriarcas cismáticos frente a los Obispos, y varios no católicos están invitados a participar. El elemento del Sínodo ecuménico octubre garantiza la perpetuación de este ecumenismo liberal en toda la Iglesia, en detrimento de Tradición. Se alentará a los obispos diocesanos para acoger empresas similares, tales como conferencias conjuntas sobre temas religiosos con cismáticos, protestantes y rabinos. Católicos preocupados que se quejan de estas actividades será abucheado por la Cancillería. El obispo justificar sus acciones con el argumento de que se limita a ejecutar las acciones del "conservador" el Papa Benedicto XVI. Esto es un escándalo. No hay otra palabra para describirlo.

¿Nos preguntamos por qué el mundo parece estar está cayendo a pedazos? ¿Por qué Dios parece estar retirando sus bendiciones? ¿Qué podemos esperar cuando los líderes católicos en marcha iniciativas públicas que fueron siempre bien denunciadas como graves pecados contra el primer mandamiento? En 1918, el cardenal belga Mercier escribió una carta pastoral titulada La lección de los acontecimientos en las que dijo que la Primera Guerra Mundial, más que nada otra cosa, fue un castigo por los gobiernos estatales y la colocación de la única verdadera Iglesia de Jesucristo en el mismo nivel que los credos falsos. Mercier escribió: "En el nombre del Evangelio, ya la luz de las Encíclicas de los últimos cuatro Papas, Gregory XVI, Pío IX, León XIII y Pío X, no duda en afirmar que esta indiferencia hacia la religión que pone en el mismo nivel la religión de origen divino y las religiones inventadas por los hombres con el fin de incluirlas en el mismo escepticismo es la blasfemia que hace descender castigo en la sociedad mucho más que los pecados de los individuos y las familias”. [10] Cardenal Mercier señaló que se trataba de un castigo para los gobiernos que dan lugar igual a las religiones falsas. ¿Cuánto peor es para los líderes católicos para otorgar legitimidad efectiva religiones falsas dentro de las paredes de una basílica romana importante? Hace mucho tiempo pasado para decir "basta"! Preocupados católicos deben intensificar su resistencia a este error justamente condenada por San Maximiliano Kolbe como el "enemigo de la Inmaculada". Ecumenismo de hoy es una manifestación del modernismo y el indiferentismo religioso. Es un error central del catolicismo liberal. No hay excusa para un católico para defender o tomar parte en ella en modo alguno.


*EDITÓ: gabrielsppautasso@yahoo.com.ar DIARIO PAMPERO Cordubensis. INSTITUTO EMÉRITA URBANUS. Córdoba de la Nueva Andalucía, a doce días del mes de octubre del Año del Señor de 2012. Fiesta de NUESTRA SEÑORA DEL PILAR ZARAGOZA, PATRIARCA DE LA HISPANIDAD. Sopla el Pampero. ¡VIVA LA PATRIA! ¡LAUS DEO TRINITARIO! ¡VIVA HISPANOAMÉRICA libre, justa y soberana! Atención gentil de MARÍA LUJAN TORRE. Gspp*